sábado, 2 de noviembre de 2013

Monegros de Tapas 2013


 Aprovechando una visita a la familia por la festividad de Todos los Santos nos dimos una vuelta por la cercana población de Sariñena, donde se concentraban la mayor parte de locales participantes en la sexta edición del concurso "Monegros de Tapas". En esta ocasión eran 16  los bares y restaurantes de cinco poblaciones de la citada comarca, los que ofrecían un par de tapas diferentes cada uno. La oferta era de una tapa y una bebida a elegir entre cerveza, copa de vino (es la gracia que tiene que uno de los patrocinadores sea la bodega Viñas del Vero del Somontano) o agua por 2,50  €, aunque también se podía elegir tomar un refresco por el módico suplemento de 50 céntimos. Además en la mayoría de locales que visitamos se ofertaba la posibilidad de tomar la segunda tapa a precios, eso sí, dispares.
 Nosotros optamos por pedir las dos tapas de cada local con sus respectivas bebidas y repartírnoslas como bien pudimos en cada caso. Las fotos están hechas con el móvil, que al ser nuevo nos gastó unas pocas novatadas y nos costó encontrarle el punto a la cámara, así que sobre todo las fotos del primer local son las peores y luego creo que ya le cogimos el "tranquillo".
 Empezamos por la parte baja de la avenida de Fraga, en la que se situaban hasta cinco de los locales participantes en la ruta de tapas, y en concreto por el Café Dublin.

 La primera tapa que probamos fue este timbal de verduritas de la huerta y longaniza de Graus, presentada en un vaso que complicó un tanto la tarea de repartirla entre los dos, pero que nos gustó mucho, destacando la estupenda salsa de queso que amalgamaba el conjunto.

 La otra tapa del local era una coca de foie con cebolla confitada y queso feta, en la que el queso era poco más que testimonial y aún ahora me pregunto para que lo pusieron, ya que la combinación de foie y cebolla es un clásico de lo más resultón.
 Como se ve en la foto fue en ese momento cuando descubrimos el funcionamiento del flash de la cámara del dichoso móvil nuevo, con el consiguiente aumento de prestaciones y de calidad en las instantáneas.

 Puerta con puerta con el anterior se encuentra La Abadía de los Templarios, en la que habían llamado a sus tapas con los poco aclaratorios y nada imaginativos nombres de "Abadía" y "Templarios".

 La llamada Abadía era una especie de esqueixada de bacalao moderna, con aguacate y mango haciendo de acompañantes del (des)salado pescado, y aliñado el conjunto con una vinagreta de avellanas y Módena. El poco aprecio que les tengo a esas dos frutas le penalizó a mis ojos (y a mi paladar, claro), y aún así no estuvo del todo mal a pesar de mis fobias.

 Los Templarios eran un par de zamburiñas servidas en sus conchas con navajas y muselina de ajo con mermelada de cebolla, que nos gustaron bastante, pero tal vez fueran víctimas de querer poner demasiadas cosas en tan poco sitio, y se me ocurre que la tapa hubiese sido mejor simplificándola un poco. En todo caso muy buena.

 Un poco más arriba se encuentra el restaurante Alcanadre, con una oferta más clásica.

 Primero (y algo desenfocada) tenemos la alcachofa en tempura rellena de ibérico y foie al romesco, que nos gustó mucho, aunque como suele ser habitual en este tipo de elaboraciones, el sabor del rebozado se hizo demasiado protagonista.

 Y después, rememorando nuestra visita a Logroño y a su afamada calle Laurel, teníamos esta torreta de champiñones con gambas y panceta ahumada, una tapa superclásica y de probados resultados. 

 De nuevo sólo tuvimos que andar unos pasos hasta la siguiente puerta, la del restaurante Monegros, donde hicieron gala de su buena cocina con dos tapas elaboradas y sabrosas.

 Lo que ellos llamaron crocante de risotto con gambas, era una especie de croquetón de risotto, o sea una bola de arroz cremoso y rebozada posteriormente, a la que acompañaba una gamba con su cabeza y una salsa del mismo animalejo marino. Los fideos de arroz fritos aportaban otra nota crujiente casi a modo de snacks. Muy buena.

 Pero a mi gusto aún estaba mejor el ravioli monegrino con pan de zanahoria y pipas. Lo de monegrino no sé si venía a algo más que el mero hecho de presumir de terruño, que ya me parece bien, pero el hecho es que el relleno del ravioli era un fantástico guiso de pollo de corral con setas, acentuado por la salsa de jugos del rustido. De las mejores tapas, si no la mejor, de la noche.

 Unos metros más arriba está el Café de Andrea, un local de ambiente más juvenil y por lo que vimos, con una oferta basada sobre todo en las pizzas.

 Primero nos ofrecieron su tortita de longaniza de Graus con salsa barbacoa. En mi humilde opinión ponerle barbacoa a la longaniza es poco menos que un crimen, pero también es verdad que opino lo mismo de ponerle esa salsa a cualquier otra cosa, y es que, por si no ha quedado claro, ¡no me gusta nada la salsa barbacoa! En su descargo debo decir que no estaba nada mala, sólo era, de nuevo, una de mis fobias gastronómicas.

 La otra tapa se llamaba "Colorín colorado" y se trataba de una brocheta que alternaba champiñones, beicon y pimientos rojo y verde, acompañados por una rica salsa de queso. 

 Cruzando la calle está el Hotel Restaurante Sariñena, otro sitio donde la cocina fue la protagonista.

 Casi se podría calificar de propaganda anarquista, por lo de rojo y negro, su colorida tapa del canalón de lenguado y gambas relleno de chipirones gratinado con su tinta. Un alarde de elaboración culinaria en la que el presunto canalón no era más que una porción de una especie de pastel de pescado en forma cilíndrica, bañado por una salsa de tinta y otra de tomate, y coronado por las patas y un trozo de chipirón. Aún reconociéndoles el mérito, no me gustan demasiado los pasteles de pescado y aún menos las salsas de tinta, por no hablar del odio que les profesa mi acompañante, por lo que fue otra de las tapas que cayó víctima de alguna de mis, muchas y a estas alturas ya célebres, fobias alimentarias.

 La otra tapa era un conejo al estilo antiguo de Monegros, verduras ecológicas "del campo a casa" y alioli de almendras. Un canónico y sabroso guiso de conejo con sus verduritas, acompañado por un estupendo alioli y que fue otro de los triunfadores de la noche. Una propuesta muy clásica pero perfectamente ejecutada y presentada con gracia.

 Nos alejamos del meollo de Sariñena por la Avenida de Huesca hasta llegar a nuestra siguiente parada, el Café Bar Rick's, al que llegamos con pocas expectativas puesto que nos habían advertido que no tenían cocina en el local.

 Siguiendo la moda de servir las tapas en vasos, así nos llegó la ensalada Rick's, una especie de ensaladilla tipo rusa con sucedáneo de cangrejo y un langostino cocido, en la que la mayonesa era el principal ingrediente, lástima.

 Y para no tener cocina no les quedó nada mal este guiso de garbanzos de la huerta, en una elaboración de lo más clásica. Sencillo y rico.

 Algo más alejado del "centro" y situado en el interior de unas galerías comerciales se encuentra el restaurante Carlos, en cuya barra y viendo su atestada sala, nos acomodamos para degustar nuestro siguiente par de tapas. Al contrario de lo ocurrido hasta el momento las dos tapas llegaron con cierta demora una respecto a la otra, por lo que no fue posible (básicamente porque somos unos glotones) la foto de conjunto que había realizado en los demás locales.
 Primero probamos el gratinado de bacalao sobre quebrada de pimientos, con una base como de hojaldre untada con una salsa o puré de pimientos y que servía de pedestal a un taco de bacalao gratinado. Una combinación ganadora muy bien adaptada al formato tapa. No estuvo nada mal.

 Al poco rato de haber dado buena cuenta de la primera tapa, nos llegó la segunda, este pimiento del piquillo relleno de morcilla con salsa de gorgonzola, que me gustó aún más que la primera, claro que volvía a tratarse de una propuesta ya conocida, con el, para mi, alegre añadido del queso azul.

 Se empezaba a hacer tarde y aún nos faltaban dos locales por visitar pero vimos que no nos daría tiempo a ir a los dos, por lo que decidimos dar por finalizado nuestro periplo en el Cafetín de la pastelería Trallero, ya que muy adecuadamente a nuestros intereses y haciendo gala de su condición de pastelería, una de sus tapas era un postre.

 Empezamos por su hamburguesa en texturas con cremas de tomate, queso y cebolla, y una vez más servida en un vaso. Pensándolo ahora supongo que ese formato permite tener las tapas elaboradas y emplatadas previamente y sólo requiere (si lo requiere) un golpe de calor en el último momento. Tras la primera sorpresa de ver una hamburguesa en un vaso, al final es sólo una hamburguesa, y digo sólo porque debo ser de los pocos (en un pequeño reducto de las Galias...) que no ha caído rendido ante la moda de las hamburguesas gourmet, gastronómicas o pijas, como más os guste.

 El postre que daría por finalizada la velada era un dulce de Gin Tonic, en la que una gelatina transparente encerraba un cubo de una especie de mousse blanca gelificada, las dos de sabores poco definidos y no especialmente agradables, por lo que tristemente lo que más nos gustó fueron los trozos de fruta (limón, uva) que por allí corrían. Aunque soy un habitual bebedor de este, hoy día omnipresente, combinado, no suelo apreciar los postres basados en él, tal vez porque prefiero la versión original a las aproximaciones.

 Y aunque el final no fuese por todo lo alto, no por ello empaña una divertida y agradable experiencia con propuestas de muy buen nivel, ya que hasta las que no me gustaron fueron más por un problema mío que por una falta de creatividad o por defectos de ejecución, y les reconozco a todos los locales el mérito, ya sea bien por hacer (y bien) lo que ya saben que pueden hacer, o bien por intentar salirse de lo habitual e idear nuevas propuestas con las que sorprender a su clientela. 

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