viernes, 26 de diciembre de 2014

Flor (Huesca) (2014)


 Esta será una entrada atípica a lo acostumbrado en este blog, sobre todo porque la ubicación del restaurante está bastante alejada de Barcelona, el territorio por el que nos movemos habitualmente, y porque de hecho su aparición aquí vino motivada por la conversación que manteníamos en la mesa, ya mediada la cena, y es por ello que sólo hay fotos de los segundos platos y de los postres.
 Empecemos con un poco de contexto. Estábamos celebrando estas pasadas fiestas navideñas en el pueblo oscense del que es originaria mi madre, compartiéndolas con la familia, cuando a los que vivimos en Cataluña (con algún añadido) nos dio por irnos a cenar a la capital provincial, no sé si como una manera tan buena como cualquier otra de guardar la fiesta de Sant Esteve. Tras un breve paseo por las calles de Huesca, en una noche fría y desapacible como pocas, y en la que los ciudadanos locales deberían pensar que éramos poco menos que unos guiris despistados, encontramos algo de refugio bajo los céntricos porches de Galicia y nos detuvimos delante del restaurante Flor, mirando el menú que tenían expuesto en la entrada, que ofertaba un primer plato, un segundo, el postre, pan, vino y agua por 22 euros, y que, viniendo de Barcelona y sus nada ajustados precios, nos pareció poco menos que una ganga. Como ya era una de las opciones que se habían barajado previamente y ya que estábamos allí delante optamos por entrar a ver si tenían una mesa para nosotros.

 Es evidente por la mera existencia de este texto, que la respuesta fue afirmativa, aunque como la hora era aún algo temprana y nuestro grupo algo numeroso, nos pidieron que esperáramos unos minutos mientras acaban de prepararnos la mesa. Ajenos a las inclemencias meteorológicas y haciendo gala de una falta de criterio importante, rechazamos la posibilidad de matar el rato en la barra con una cervecita o un vinito, y en cambio decidimos volver al, en esa noche invernal de verdad, inhóspito exterior y darnos una vueltecita por los alrededores en la que, por otra parte, descubrimos un par de sitios a los que se les podría dar una oportunidad en la próxima ocasión que se nos ocurra volver a ir a cenar a Huesca.
 El restaurante Flor es uno de los restaurantes más antiguos y conocidos de Huesca, y como ya he comentado está en pleno centro de la ciudad en una calle con porches que une el Coso con la plaza Navarra, en la que se encuentran la mítica granja Anita y el estrellado restaurante Lillas Pastia, con el que el Flor tiene estrechos vínculos según nos comentó nuestro solícito camarero, y que luego he visto por internet que consiste en que el chef titular de aquél, Carmelo Bosque, es copropietario de éste que nos ocupa.
 Una vez sentados a la mesa nos trajeron las cartas con los menús en los que la primera página era, contrariamente a lo normal, la de los postres, y en la que avisaban que al ser elaborados en la casa al momento, debíamos realizar su elección al principio de la cena, junto con los primeros y segundos platos, lo cual hicimos.
 De los primeros platos que elegimos como ya he comentado no hay fotos, puesto que en un principio no había pensado escribir sobre esa cena, tanto por estar lejos de casa y de nuestra zona, como por tratarse de un menú que supongo que va cambiando según el día, con lo que la información a guardar no sería ni muy útil ni demasiado relevante. Pero durante la cena salió el tema de la existencia de este blog, y con el oportuno empujón del resto de la mesa y la ayuda de la cámara del móvil de Ana, se empezó a gestar esta humilde entrada, que sólo (je,je) un par de meses después ya da sus frutos (aprovecho para pedir perdón por la tardanza en redactar esto al resto de comensales que ya casi ni se acordarán de la cena ni de mi promesa de escribir esta reseña).
 De las cinco propuestas que teníamos para empezar desdeñamos dos de ellas, casi seguro que alegre e injustamente, ya que ninguno de nosotros eligió la crema de calabaza con papada rustida y aceite de hongos, que seguramente era lo que más convenía a una noche tan desapacible como aquella (no sé si ya he comentado que hacía un frío de esos que el grajo vuela bajo), ni tampoco la ensalada con presa marinada, trigo y manzana, en una decisión bastante más justificable por el mismo motivo.
 La verdad es que repartimos bastante equitativamente las otras tres opciones, ya que éramos siete comensales y pedimos al menos dos de cada una de ellas. Yo descarté rápidamente el pastel de bacalao y pulpo con tartar de tomate y aceitunas puesto que no soy muy amigo de ese tipo de elaboraciones (aunque a quién lo tomo le gustó bastante), sólo para caer en las brasas del gratinado de berenjenas con espárragos y salmón ahumado, que yo esperaba en trozos reconocibles de los citados ingredientes bajo una capa de bechamel y/o queso gratinada, y en cambio venía en una porción de una especie de pudin o pastel que, eso sí, no estaba mal aunque la textura no fuera de mi agrado, algo muy personal, claro. Pude probar la torta crujiente de queso de cabra y cebolla confitada, y para mi gusto fue el mejor de los entrantes, en una combinación muy resultona, con una crujiente base como de hojaldre rellena con la mezcla del queso y la cebolla, resultando en un muy buen plato.
 Los segundos platos venían en el menú divididos entre pescado o carne, con cuatro opciones de cada tipo y de las cuales pedimos todas las carnes y un solo pescado, supongo que cosas de estar tierra adentro, ya que diría que como norma general solemos ser más de pescado. Como únicamente probé dos de ellos no diré gran cosa de los demás, sólo que sus "degustadores" (¿existe ese palabro?) se mostraron bastante satisfechos en general aunque se lamentó la parquedad y simplicidad de las presentaciones servidas, en contraste con los primeros que fueron más vistosos, y eso que aún no habíamos visto los postres, pero que luego contribuyeron a reforzar la impresión de que, al menos visualmente, los segundos fueron el patito feo de nuestra cena.
 Empezamos con el magret de pato asado con jugo de Oporto. Me pilló al otro lado de la mesa y casi ni lo vi en directo.

 Con una vajilla algo más original, pero poco más, llegó a la mesa el conejo guisado a nuestro estilo con pacharán y setas.

 Tres fuimos los que pedimos el entrecot de buey a la parrilla con salsa de pimienta verde, un plato poco dado a la creatividad ni al impacto visual en su presentación pero que nos sirvieron así de simplón, con cuatro patatas fritas y un trozo de pimiento, frío por más señas. Al menos la carne estaba bien de sabor aunque podría haber llegado con algo más de temperatura.

 La falta de temperatura fue alarmante en el solomillo de Duroc en medallones con salsa de setas, que estaba más templado que caliente cuando llegó y evidentemente se enfrió paulatina y lastimosamente. Servido con otra pobre guarnición desmereció una por otra estupenda carne de esa raza de cerdo que está tan de moda últimamente.

 El único pescado que se cató en nuestra mesa fue este salmón grillé con salsa de sidra, que tampoco pude ver demasiado bien en su momento, y que compruebo ahora que volvía a ser acompañado por el a estas alturas ya cansino pegote de puré de patata, ¡y yo que me quejaba de mis patatas fritas!

 Dado al largo tiempo transcurrido desde ese día y a que no hicimos foto al menú que nos presentaron sino sólo al que estaba en la entrada del restaurante, no recuerdo gran cosa de la composición de los postres, ni siquiera del que tomé yo, y que fue esta sopa de pera con lo que parece una bola de helado del que no recuerdo el sabor, unas guindas, otros tropezones que no sé qué son y coronado por un aparente crujiente de azúcar.

 Este diría que era una tarta de manzana con helado de vainilla supongo, en una combinación bastante clásica y servida en una composición muy vistosa.

 Este parece un brownie o un coulant con ese helado de color naranja encima que indica algún sabor cítrico (mandarina, naranja o tal vez maracuyá) con frutos rojos y algunos elementos crujientes de guarnición.

 Y este parece una mousse de algo con más helado encima, pero ahora sí que me rindo y ya no intento ni adivinar los posibles sabores. Como se habrá podido observar no tiene nada que ver la presentación de los postres con la simple que no sencilla anteriormente criticada de los platos principales, tanto que casi no parece posible que hayan salido de la misma cocina. Hasta la vajilla empleada tiene algo más de gracia, claro que no era muy difícil.

 Para beber tomamos agua y el vino que venía incluido en el menú, un tinto joven de la bodega Olvena de la DO Somontano, haciendo patria (la de allí claro), que cumplió más que sobradamente y que hasta nos pareció demasiado bueno para un menú de este tipo a 22 euros un viernes por la noche.
 No me queda más que recomendar este restaurante si estáis por la zona, o al menos este menú a un precio bastante competitivo sobre todo para una noche de fin de semana, ya que nos gustó todo lo que comimos y ya habéis leído que la principal queja era respecto a la presentación de algunos platos, y casi más por la comparación con el resto, ya que si todos los platos hubieran sido igual tal vez no lo hubiéramos notado o no le habríamos prestado mayor atención. 
 Como siempre lo mejor fue disfrutar de una agradable velada con la familia, aunque en esta ocasión no fue en casa de alguno de nosotros, como es lo habitual, pero en las fechas que estábamos casi nos vino bien y hasta se agradeció el cambio de ambiente. Ahora sólo falta ver cuando repetimos algo parecido, ya sea de nuevo en Huesca con motivo de alguna festividad o bien en Barcelona aprovechando que el Besòs pasa por Sant Adrià.


Restaurante Flor
http://restauranteflor.es/
C/ Porches de Galicia 4
22002 Huesca
974 24 04 02

viernes, 14 de noviembre de 2014

Casa Dario (2014)


 De nuevo se celebraba en una conocida web de reservas una semana de ofertas en restaurantes de nuestra ciudad, en esta ocasión bajo el apelativo de "Restaurant Lovers Week", aunque anteriormente también se ha llamado "restaurant week" a secas y en un principio, o al menos cuando nosotros la descubrimos, era la "oportunity week" y además de restaurantes incluía ofertas en hoteles, floristerías y otros establecimientos de especialidades diversas. Bajo esta última etiqueta de "oportunity week" están clasificadas en este blog las experiencias de este tipo que hemos podido disfrutar a lo largo de los años, más que nada porque me ha dado pereza crear las etiquetas correspondientes, pero también porque a pesar del cambio de nomenclatura son básicamente el mismo tipo de oferta, un menú cerrado a unos 25 euros que no incluye la bebida.
 La gracia del asunto es que, aunque como en botica, hay de todo, suelen participar en estos eventos restaurantes de un cierto nivel que no suelen ser de los que visitamos habitualmente, más que nada porque su factura final está fuera del alcance de nuestros limitados presupuestos, así que las solemos aprovechar para visitar locales que de otra manera sería complicado conocer, bajo el pretexto de que el gasto está bastante limitado y, en algunos casos, bastante por debajo de su nivel "normal". Ha sido de esta manera que hemos descubierto sitios como Topik, CentOnze, Indochine, el Racó d'en Cesc, Fonda España, Daps, Iki Barcelona, Chez Cocó y ahora este Casa Dario, una marisquería gallega de alto copete, o al menos es lo que sus precios parece que quieren indicar.
 Al llegar nos recibió el que supongo que era el maître, detrás de un mostrador que, a uno que no está acostumbrado a estas cosas, le pareció más propio de un portero de escalera del Eixample, y nos acompañaron a nuestra mesa, que ya estaba pertrechada según se ve en la foto. El folleto que ocupaba el centro de la mesa anunciaba la celebración de unas jornadas de cocina gallega en Barcelona y el menú que este restaurante había preparado para la ocasión a unos precios que causaron alguna que otra arritmia en nuestra mesa, pero que no parecían capaces de escandalizar al resto de ocupantes del saloncito en el que nos ubicaron.

 Como ya he comentado, se trataba de un menú a 25 € (más IVA eso sí) compuesto por un pica-pica para empezar y luego un plato principal y un postre a escoger. A modo de aperitivo y supongo que mientras acababan de preparar nuestro pica-pica nos sirvieron un platillo de chorizo frito con cebolla que cumplió sobradamente su cometido. Para empezar pedimos para beber unas cañas de cerveza y una cocacola, mientras mirábamos la carta de vinos.

El primero de los entrantes fue un chupito de crema de bogavante, muy sabroso pero también muy escaso, y servido en un vaso de chupito de los que regalan como promoción las marcas de bebidas alcohólicas, que me chocó porque esperaba una vajilla un poco más cuidada.

 Seguimos con unos mejillones tigre, esa especie de croqueta servida en las propias conchas de los citados moluscos, que como casi siempre estuvieron resultones y que, como se puede apreciar en la foto, tocamos a dos unidades por cabeza.

 Al mismo tiempo nos trajeron un trozo de empanada de atún a cada uno (de la que no hay foto pero os podéis hacer a la idea) y unas brochetas de langostinos, tres por persona aunque en la foto ya falta una. La empanada estaba más que correcta hasta para el gallego de nuestro grupo que, eso sí, criticó el tamaño de la porción, pero es que él normalmente la come en casa de su madre y le hace una entera para el solo así que era previsible que se quejara. Las brochetas de langostinos se anunciaban como arromescadas pero si no es que el rebozado llevaba romesco no nos enteramos del porqué de ese calificativo. De todas formas nos gustaron bastante.

 Teníamos hasta cinco propuestas como plato principal, entre las que quedaron descartadas el entrecot minute con puré de castañas y el salmón que podía ser a la plancha o al cava. Yo me decanté por los calamarcitos salteados con cebolla confitada y piquillos, tiernísimos y diminutos los calamares, y muy buena la cebolla y los pimientos, y el aceitillo que hacía de salsa estaba tan de rechupete que obligó a pedir más pan.

 Dos de mis compañeros de mesa escogieron un clásico mar y montaña, diría que más propio de la cocina catalana que de la gallega, el pollo rustido con cigalas y salsa americana, con unos muy buenos artistas principales y otra magnífica salsa para untar pan como tontos.

 El último componente de nuestro grupo optó por las supremas de dorada estilo Santurce, y en las que si hubiera que ponerle un pero sería la escasez de guindilla, porque todo lo demás estaba en su punto, tanto la dorada como las patatas sobre las que reposaba y de nuevo ese aceite que casi parecía un pil-pil y que pedía pan a cascoporro. Pan que nuestro camarero fue reponiendo a voluntad y, en las ocasiones que le fue posible, hasta antes de pedirlo, al igual que se encargó de ir rellenando las copas de vino.

 Los postres triunfadores en nuestra mesa fueron las filloas rellenas de crema al coulis de naranja, muy golosas y que pidieron mis tres compañeros de mesa.

 Yo opté por otro postre tan típicamente gallego como es la tarta de Santiago con pestiños, con su habitual suculencia y contundencia, suerte que me ayudaron a dar buena cuenta de él. Las otras opciones que nos ofrecieron y descartamos fueron las cañitas de crema, la crema catalana, el melón al vino dulce y el sorbete de limón.

 Habíamos regado la cena con una botella de albariño Martín Codax y una botella de agua con gas, y al terminar pedimos los acostumbrados cafés, incluyendo un carajillo de Baileys. En la cuenta que adjunto un poco más abajo podréis observar el sablazo que nos pegaron en las bebidas y que es el principal motivo por el que será difícil que volvamos a dejarnos caer por este restaurante, ya que si le sumamos el correspondiente IVA, las cañas de cerveza (ni jarras ni copas, ¡cañas!) nos salieron a 3'25€ cada una, nos cobraron la cocacola (pequeña) a 3'85 €, los cafés a 2'53€ y el carajillo a unos nada módicos 4,40€. El precio del vino lo podéis comparar con el que cuesta en vuestro super, pero es algo más habitual (desgraciadamente) en los restaurantes y más en los de cierto nivel, y el del agua con gas casi me parece barato, visto lo visto, porque creo recordar que era de las grandes. 
 Entiendo que se paga un plus por la calidad y la cantidad del servicio que se recibe en un local como este, y que reconozco que fue magnífico durante toda la noche, con detalles como que por ejemplo el carajillo lo sirvieron en la mesa con la botella de licor delante del cliente, pero en las aguas, las cervezas y los refrescos, que no requieren de gran manipulación ni de unas condiciones de conservación como puede ser el caso del vino, el suplemento que cargan llega a ser sangrante, y más si te dedicas a hacer comparaciones, que como todo el mundo sabe son odiosas.
 De todas maneras quiero acabar reconociendo una vez más que comimos muy bien y que nos sirvieron estupendamente, y que es un sitio para comer de lujo, sobre todo si no os importa pagar por los "intangibles", algo que lastimosamente a nosotros nos duele en nuestra nada abultada cartera, por lo que lo más probable es que si volvemos intentaremos que sea invitados.


Casa Dario
http://www.casadario.com
C/ Consell de Cent 256
08011 Barcelona
93 451 33 95 (es bastante grande y no estaba muy lleno, pero supongo que es mejor reservar)

sábado, 1 de noviembre de 2014

Monegros de Tapas 2014



 Un año más acudimos a la zona de los Monegros por la festividad de Todos los Santos para cumplir con la tradicional cita con los cementerios, y como sucede habitualmente (ya van por la séptima edición) nos encontramos con la celebración de la ruta de tapas de la comarca, que incluye 14 bares y restaurantes de hasta seis poblaciones distintas, aunque curiosa y extrañamente en el folleto sólo aparecían los de cuatro, supongo que los otros dos serían incorporaciones de última hora y llegarían tarde a la imprenta. De todas formas, nosotros nos limitamos a los siete participantes situados en Sariñena, como siempre. En esta ocasión nos dio por acudir temprano y poco después de las 19:30 ya damos inicio a nuestro recorrido por las calles de la capital monegrina. Todos los locales ofertan dos tapas diferentes cada uno y el habitual pack de tapa y bebida cuesta 2'60 euros, con la posibilidad de elegir entre cerveza, vino o agua, y si se prefería un refresco había un suplemento de 0'50 €, que en algunos sitios nos cobraron y en otros no.
 Empezamos por la parte baja de la avenida de Fraga en el Café Alea Dublín donde nos sirvieron unas rodajas de longaniza de Graus (uno de los ingredientes más habituales en las tapas por estos lares, supongo que por aquello del producto de proximidad) con salsa de boletus y foie y a las que acompañaban dos tostadas, una con champiñones y otra con una especie de pesto, que la verdad es que no sé qué pintaban ahí, aunque tampoco me quejaré. A los que nos gusta la longaniza, nos sobraba la salsa o crema de setas, que aun estando rica, no hacía sino enmascarar el sabor del que se suponía y debiera haber sido el protagonista principal.

 La otra tapa de este local eran sus "Delicias de mar", un salteado de sucedáneo de angulas con gambas y alguna verdurita, que no estuvo nada mal.

 En la puerta de al lado está situada la Abadía de los Templarios, en los que suelen nombrar sus tapas como Abadía y Templarios, y eso cada año aunque cambien, como es el caso, las tapas, así que toca apuntarse que lleva cada una. La primera era una brocheta con tres porciones de rollito (o wrap que se les llama ahora) de un pan como de pita con jamón y queso fresco que nos gustó bastante a pesar de su sencillez.

 La otra tapa era algo más elaborada ya que se trataba de una especie de croqueta plana de longaniza, que también nos agradó bastante.

 En la misma calle y un poco más arriba estaban los dos locales siguientes, el primero de los cuales es el Alcanadre, donde en una copa de cóctel tipo Martini nos sirvieron su croquetón de risotto en sopa de boletus.

 Y la segunda tapa era coca de bacalao marinado al eneldo con un pisto frío de tomate, bastante similar a una esqueixada pero con el bacalao en un único trozo.

 Pasamos al restaurante Monegros, repleto de público en esos momentos, y en el que nos costó hasta hacernos con un sitio en la barra, y en el que probamos su pera de bacalao con alioli de tinta. La pera no era tal sino que era brandada de bacalao a la que se le había dado esa forma y luego se había conseguido darle un rebozado verde, supongo que gracias a algún colorante alimentario. La base era una especie de corteza que parecía el pan de gambas que suelen poner en los restaurantes chinos como aperitivo.

 También pudimos disfrutar de su arroz de matanza con camisa de ibérico, un sabroso arroz envuelto en panceta como si fuera un canelón. La verdad es que cada año son de los mejores del certamen, reflejando el elevado nivel de su cocina.

 En la plaza que hay al final de la avenida de Fraga y que sirve de unión con la de Huesca, estaba la siguiente parada de nuestro recorrido, el Hotel Restaurante Sariñena, que junto con el anterior, son de lo mejorcito de la población a nivel culinario. Suelen apostar por guisos bastante canónicos aunque en formatos y presentaciones puestas al día. Este año no fueron menos y empezamos por un soberbio guiso de toro al que casi le sobraba la lámina de micuit de pato que lo coronaba y la salsa de calabaza y naranja sobre la que reposaba, tal era su potencia gustativa.

 Pero es que su otra propuesta no era menos poderosa y no desmerecía en absoluto. Se trataba de otro guiso magnífico, esta vez de pollo de corral con salsa de almendras al que hacía de guarnición un arroz cremoso con berenjenas.

 Tras un par de intentos infructuosos de probar las propuestas del bar Ricks debido a un apagón en esa parte de la población (ya es mala suerte que se les vaya la luz un sábado por la noche), acudimos al cafetín de la pastelería Trallero para dar por finalizado nuestro recorrido por los bares de Sariñena. Haciendo honor al carácter del local siempre preparan una propuesta que sirva de postre y de dulce colofón a la ruta, pero no nos convenció el enunciado de su "salsa tropical con delicia de coco y escarcha de menta" y únicamente probamos su tapa salada, un hojaldre templado con dados de pollo a la mostaza y sal negra, que nos gustó bastante.

 Al final pudimos probar 11 tapas en seis locales distintos y por una vez terminamos a una hora decente que nos permitió volver a nuestro punto de partida a tiempo de retomar con nuestros amigos locales la particular ruta de bares de copas del pueblo. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Fin de semana en la Costa Brava (incluye De Tapes per Palamós 2014)



 Entrada atípica para reflejar un fin de semana atípico para nosotros, en el que huimos de la jungla urbana que es nuestra querida ciudad para disfrutar de la preciosa Costa Brava, siempre agradable de visitar. 
 La excusa esta vez fue una caja-regalo con la que nos obsequiaron ya hace bastante tiempo, que incluía una noche de estancia y una cena en un hotel, y que tras sopesar varias opciones, y todo hay que decirlo, tras recibir alguna que otra negativa a la hora de aceptar nuestra reserva (sobre todo, curiosa y sospechosamente tras avisar que procedía de una de esas cajas-regalo), conseguimos encontrar acomodo en el Hotel Sant Roc de Calella de Palafrugell para la noche del viernes.
 Tras unas peripecias que ahorraré al sufrido lector, debidas básicamente al desconocimiento de la zona por parte del conductor, y lo que es más grave, por parte de la señora que vive dentro del GPS, la llegada al hotel se produjo bastante más tarde de lo inicialmente previsto, siendo ya de noche cuando se produjo, con el evidente perjuicio para la parte visual de la experiencia, que tuvo que esperar a ser subsanada (eso sí, con creces) hasta la mañana siguiente.
 El hotel está situado en lo que podría definirse como la esquina sur de ese pintoresco pueblo de pescadores, encaramado ya al acantilado que lo limita, con lo que un paseo hasta el centro de la población empieza con una agradable aunque empinada bajada, que se convierte en una farragosa ascensión a la vuelta, pero al menos así abrimos el apetito para la cena que nos esperaba.
 La cena prometida en la citada caja-regalo consistía en el menú del día en el que había tres o cuatro opciones tanto para el primero como para el segundo plato. No le hice foto al menú antes de cenar y cuando pensé en hacérsela después ya lo habían cambiado por el del día siguiente, así que sólo puedo mencionar lo que nosotros pedimos.
 Empezamos con la conserva casera de atún y tomate, presentada en una lata y con un más que decente pan con tomate para acompañar. Tanto el atún como el tomate estaban muy sabrosos y si no eran caseros al menos lo parecían. Muy bien. 

 El otro entrante por el que nos decidimos fue esta crema de champiñones que estaba mejor de lo que podría indicar su aspecto, sin ese exceso lácteo que suele ser tan habitual en este tipo de platos.

 Como uno de los segundos optamos por la merluza en suquet de mejillones, y de la que destacaría, sin querer desmerecer ni a la merluza ni a los mejillones, el estupendo caldo del suquet que acabó con las existencias de pan. Buenísimo plato.

 El otro segundo plato fue el solomillo ibérico con salsa de mostaza antigua, servido con unas verduras como escabechadas de lo más resultón. Personalmente lamenté que la anunciada salsa de mostaza antigua fuese del tipo para todos los públicos y no tuviese la chispa ni el "punch" que yo esperaba, pero supongo que es una concesión que a veces es inevitable en algunos sitios.

 Los postres eran bastante clásicos, y para muestra esta macedonia, cumplidora sin más.

 Y el otro postre que pedimos, la naranja con cítricos, en la que una naranja un poco insulsa recibía algo de "vidilla" gracias a la ralladura de piel de lima.

 De todas maneras lo mejor de nuestra estancia en este hotel fue el desayuno que también teníamos incluido sin coste, y no porque el habitual buffet fuese especialmente imaginativo, sino por las estupendas vistas de las que se gozaba en la magnífica terraza en la que lo tomamos. Y para muestra cuatro botones (en forma de foto, claro).




 Para la noche del sábado y dado que queríamos acercarnos a Palamós para descubrir algunas de las propuestas incluidas en el certamen "Palamós Gastronòmic 2014" que se celebra desde primeros de Octubre y hasta el 5 de Diciembre, y, porque no decirlo, porque también nos salía bastante más barato, nos trasladamos hasta el Hotel Trias de esa localidad situada en el corazón de la Cosa Brava.
 Aparte de cursos, visitas guiadas y charlas variadas, se celebran en esas fechas la tercera edición de su ruta de tapas, el primer concurso de cócteles y los menús del Palamós Gastronòmic. Empezaré hablando de este último, en el que una veintena de restaurantes (en realidad son 22) ofrecen un menú basado en productos autóctonos de la zona a precios que varían desde los 13 hasta los 45 euros, aunque la mayoría se sitúan en la horquilla de los 25-30 €. Evidentemente la calidad y la categoría de los restaurantes son tan variadas como los precios ya avisan, e incluso la composición de los menús es bastante dispersa, ya que los hay tipo degustación, de los que permiten elegir un primero y un segundo entre varias posibilidades y alguna que otra opción intermedia.

 Tras un paseo por las calles peatonales del centro de la población, con muchas tiendas abiertas y bastante afluencia de público a pesar de lo avanzado de la temporada, decidimos cambiar nuestra idea inicial tomada sólo en base al folleto para entrar en El Moll, situado en una coqueta y desierta calle que transcurre paralela a la mucho más movida calle Mayor.

 No pensamos en hacer fotos al inicio de la comida y cuando nos acordamos decidimos no hacerlas y seguir disfrutando de nuestro ágape con el consecuente perjuicio visual a esta crónica, por lo que únicamente puedo aportar la página del restaurante del folleto.

 Empezamos con una copa de cava rosado cortesía de la casa y que acompañó los canapés del aperitivo, consistentes en una rebanada de pan de molde partida en cuatro y luego repartida dos para cada uno. Teníamos dos canapés de sobrasada con miel y otros dos con mantequilla y salmón ahumado. Sencillos y suficientes.
 De entrantes nos saltamos el coctel de gambas y pedimos los otros dos. Las mini-tostaditas con anchoas no eran tan mini y en realidad en eran rebanadas de pan con tomate con una anchoa encima de cada una, por lo que tal vez había demasiado pan y poca anchoa pero no estaban nada mal. Las verduritas al horno a la barbacoa no dejan gran cosa a la imaginación, ya que eran justamente eso, aunque con bastante variedad y mucha cantidad, ya que había patata, cebolla, tomate, calabacín, berenjena y zanahoria, y no sé si me olvido de algo. 
 Como la noche anterior ya habíamos tomado un suquet optamos por obviarlo y pedir las otras dos propuestas, el arroz de pescado a la catalana y la parrillada de pescado. El arroz llegó en una cazuela de hierro colado en cantidad suficiente para contentar a dos o incluso tres personas, con un potente gusto a pescado y suficientes bichos para entretenerse con ellos si así se deseaba, nos gustó mucho. Y también nos gustó mucho la parrillada de pescado, servida en una fuente con abundancia y variedad de género, con sardinas, verats, gambas, cigalas y una dorada, que recuerde ahora al menos. Sencillo, pero con buen producto la verdad es que no hace falta más, sobre todo si no escatiman en la cantidad, ¡muy bien!
 La verdad es que llegamos a este punto tan llenos que ya no recuerdo si tomamos postre o saltamos directamente a los cafés con hielo. Para beber tomamos agua y la ínclita cerveza premium que patrocina el evento, por lo que la cuenta sólo refleja el coste de los dos menús y de los dos cafés.

 Aunque empezamos a mediodía a modo de aperitivo previo a la comida, fue mayormente en la tarde-noche cuando recorrimos la ruta de tapas en el formato ya clásico de tapa y quinto de cerveza por 2,50 €, y que en Palamós ya va por la tercera edición.

 La ya mencionada primera parada en nuestro recorrido por las tapas de Palamós fue en la "Pulperia Loureiro" con su lacón y pulpo a la gallega sobre cachelos (o sea patatas), una propuesta de lo más clásico y acorde a las características del local y en la que cerveza fue de una marca "no oficial", algo que lamentó nuestro anfitrión que nos dijo que ya había reclamado varias veces sin que hubiera conseguido resultado alguno.

 Ya por la tarde, y con la mayoría de los parroquianos de los bares atentos a las pantallas de televisión con motivo del consabido partido de fútbol, empezamos en "Can Morera" con su tortilla de pan con tomate (sic) y anchoa de Palamós, muy rico. Nos gustó el local con su oferta de montaditos al estilo vasco.

 Justo enfrente estaba el "Quel's" y su tapa llamada "gambalamós", un calamar pequeño relleno de gamba y rebozado, servido con las salsas de las bravas. Me gustó la idea pero la ejecución no me acabó de convencer, aun estando bastante bien.

 Unos pasos más abajo llegamos a la "Arrels Taverna" donde pudimos degustar su sardina marinada con cítricos, servida sobre una tostadita muy crujiente. Estaba bastante rica aunque el tamaño era realmente pequeño.

 Nos desplazamos hasta la concurrida plaça Murada donde había varios locales adheridos a la ruta, entre ellos "Les Escales del Casino", en el que disfrutamos con su tapa llamada "Fums de Palamós", un surtido de ahumados que incluía anchoa, sardina y salmón, muy ricos todos.

 Justo al lado está el "Txoco Donostiarra", en cuya terraza nos sirvieron una especie de sartén con patatas confitadas, huevo frito de codorniz, una loncha de jamón y un poco de trufa rallada en el último momento delante del comensal. Todo un éxito de plato como no podía ser de otra manera.

 Tras un intento infructuoso en "La Taverna de l'Ibèric", que habían acabado con sus existencias dado el éxito de la iniciativa, encaminamos nuestros pasos hasta la "Taverna del Peix", donde, en un local tal vez poco adecuado a estos eventos dado su evidente formato de restaurante, y de cierto nivel debo añadir, tomamos la tapa que más nos gustó de todas las que probamos, denominada tostada del pescador, y consistente en un fantástico guiso de cananas con cebolla servido sobre una base de pan tostado untado con un soberbio allioli.

 Se hacía ya tarde y decidimos terminar nuestro periplo en el "4 Rúas" donde nos esperaba su "perla de Mar", una bola de gelatina que encerraba unos berberechos, y para acentuar el carácter marino de la tapa le acompañaban unas algas, algo de erizo de mar y unas esferificaciones que no sabría identificar. Aunque me gustó el sabor no soy muy amigo de las texturas gelatinosas con el perjuicio consecuente a mi opinión sobre esta elaborada composición.

 Y tras tomar un café y una copa en la tranquila terraza del hotel dimos por finalizada la velada, y al levantarnos la mañana siguiente pudimos volver a disfrutar de las privilegiadas vistas que teníamos desde la terraza de nuestra habitación, situada justo enfrente del puerto.




 Y con estas preciosas imágenes cerraré está inusual crónica de un maravilloso fin de semana que ha incluido una comida y dos cenas, con el añadido de la incomparable belleza de estos enclaves de la Costa Brava, siempre recomendable, y diría que aun más fuera del meollo de la temporada veraniega, libre de los agobios de las multitudes, misántropo que es uno.