domingo, 22 de junio de 2014

El Callizo (Ainsa, Huesca) (2014)




 Pasadas más de dos semanas de nuestra comida en El Callizo de Aínsa (preciosa población, por cierto) aún no tengo muy claro cómo encarar esta crónica, puesto que si bien todas las entradas del blog son "spoilers" en sí mismas (ya que describen nuestra experiencia en un determinado lugar, estropeando las posibles sorpresas que posteriormente se puedan encontrar allí los lectores), en ésta es particularmente, y hasta casi dolorosamente, cierto ya que la sorpresa es uno de los principales ingredientes de los menús de este restaurante, así que sirva este texto introductorio como "SPOILER ALERT".
 Dado que nuestro nivel económico es bastante modesto, no hemos visitado los restaurantes de mayor categoría y enjundia de nuestro país, por lo que no puedo más que fiarme de otros blogueros a los que he leído antes y después de comer en El Callizo, cuando afirman que la mayoría (sino todos) de los supuestos alardes de creatividad de este restaurante no son más que imitaciones, homenajes o simplemente copias de platos de otros restaurantes más célebres y, por el mismo motivo, no puedo hacerles a éstos la justicia de reconocerles sus méritos creativos, lo que lamento. Aun así, creo que para la mayoría silenciosa que decía aquél, o sencillamente para gran parte del público en general, casi todas las propuestas de El Callizo les parecerán de lo más sorprendentes y saldrán maravillados con la experiencia.
 Para empezar en este restaurante no hay carta y únicamente disponen de dos menús, y los siete primeros platos, o escenas como ellos les llaman, son los mismos en los dos menús. El menú corto llamado "Tierra" cuesta 28,50€ + IVA y continúa teniendo que elegir cada uno un plato principal entre siete posibilidades (de las que cinco tienen suplemento) y un postre de entre cinco opciones. El menú largo creo que se llamaba "Piedras" y tras los entrantes comunes seguía con otros cuatro platos salados con el foie, el bacalao, el cordero y el jabalí como ingredientes principales y diría que un par de postres más, a unos 38€ (creo) más los impuestos correspondientes. Como mi pareja no es muy entusiasta de las carnes rojas y ya nos parecía suficiente comida nos decantamos por el menú corto, que como supondréis tampoco incluía las bebidas en su precio. En la parte de atrás del menú estaba el precio y los vinos sugeridos para acompañarlos, que dado nuestro limitado cariño por ellos decidimos tomar a copas, siendo las elegidas un par de Viñas del Vero Gewürztraminer, otra de Chardonnay de la misma bodega y una de tinto del Enate Cabernet-Merlot, diría.

 Mientras estás todavía estudiando los dos menús y eligiendo la bebida ya empiezan a traer las primeras entregas (supongo que como son comunes a los dos van avanzando la faena), y lo primero es el cóctel de nada, en el que el camarero (de forma muy teatral, una constante durante toda la comida) hace ver que sirve de una jarra claramente vacía sobre la cuchara que ya teníamos sobre los platos, y que al fijarnos  un poco mejor descubrimos que está recubierta por una sustancia helada y desconocida que el camarero nos anima a degustar. Al hacerlo es cuando tomas el citado cóctel a base de ginebra y limón, de sabor muy suave y casi diría tenue.

 Retiran ese primer servicio y un camarero se dispone a ejercer de alquimista al lado de la mesa, con gran profusión de humo de ese que sale del hielo seco hasta que nos pone delante sendas piedras que sirven de soporte a limones rellenos del segundo cóctel, el mojito nitro, una versión moderna del clásico cubano.
 (Al releer ahora el menú veo que en teoría el mojito iba después del siguiente plato que tomamos y no antes, como en realidad nos los sirvieron, pero no sé si fue un fallo del servicio o un cambio meditado en el orden, y que puestos a elegir prefiero pensar que fue esto último.)

 Lo siguiente que llega a la mesa es un florero con una rosa y la camarera que nos la trae nos indica que ahora nos explican que hay que hacer con ella esculpiendo una mueca de sorpresa e incredulidad en nuestras caras.

 Al fijarnos bien y tras la pertinente aclaración del servicio, observamos que los pétalos más interiores de la rosa no son tales sino que son finas láminas que debemos atrapar con unas pinzas situadas a tal efecto en la mesa y comérnoslas. Aunque en un principio pensamos que podía tratarse de sandía nos aclaran que se trata de manzana teñida con remolacha, en un trampantojo divertido y sorprendente que en realidad no aportaba gran cosa al paladar, pero sí a la vista.

 Seguimos por la senda de los juegos visuales con la siguiente entrega del menú, llamada gusanitos de azulete y fresas, en las que, de un pequeño árbol que trajeron a la mesa, colgaban una especie de capullos de seda que debíamos comer, ya que en realidad se trataban de un algodón de azúcar con ligero sabor de fresa (como el de las ferias de antes) relleno de un potente queso azul en una combinación agradablemente compensada. Rico y efímero.

 Diría que es a estas alturas de la comida cuando vienen a tomar nota del menú que habíamos elegido y del vino que íbamos a tomar, aunque ya antes nos habían servido una botella de agua que dejaron en una mesa auxiliar cercana pero a nuestro alcance.
 Llega ahora la degustación de aceite y sal de la zona servidos sobre un trozo de madera supongo que para acentuar su carácter rústico. La sal era de Naval y el aceite de Costean, ambas poblaciones situadas algo más abajo de Aínsa pero antes de llegar a Barbastro.

 Para acompañar y servir de soporte al aceite y la sal nos presentaron la pieza entera (de casi un metro de largo) y luego nos trajeron unos trozos de pan típico de la zona.

 Seguimos con el desfile de platos con el primero de ellos propiamente dicho, ya que como habréis visto en las fotos hasta ahora nos habían traído los alimentos en  soportes de lo más insólito como piedras, floreros y macetas. El final de la segunda entrega del menú era una gran oliva rellena de pimiento del piquillo, una oliva esferificada y unos falsos huesos de oliva hechos con una pasta de anchoa a los que acompañaban unos picatostes sobre una sabrosa agua de tomate. Nos gustaron mucho todas las partes de esta especie de ensalada de tomate con olivas moderna.

 La tercera entrega del menú se llamaba "Río" y tenía a la trucha como ingrediente principal de los servicios que la componían y que nos sirvieron a la vez. Primero nos presentaron unos cupcakes de mousse de trucha muy buenos en los que se comía hasta el papel ya que en realidad era obulato.

 Y al abrir la piedra que se veía cerrada en la foto anterior encontrábamos el ceviche de trucha con naranja en otra muy buena combinación, con una leche de tigre ácida y un pelín picante como debe ser, y de la que dimos buena cuenta con ayuda de las cucharas y hasta del pan.

 Continuaron por la senda de lo espectacular y artificioso con el plato llamado "Huesca la magia", que no sé si aún sigue siendo el eslogan de la oficina de turismo de la diputación provincial, pero al menos lo era ya hace más de 25 años. Tras contarnos un relato sobre la historia de Aínsa y su reconquista cristiana en la mesa hace su aparición el montaje que podéis ver en la foto, una especie de maceta baja y redonda de medio metro de diámetro con césped tapado por una lámina de metacrilato y sobre la que reposaba una reproducción de una especie de glorieta, y de la que al levantar su techo se descubría una trufa que nos dieron a oler.
 Luego dispusieron los bocados que componían el plato en sí mismo, una roca o piedra de parmesano líquida en su interior, una tosca (una clase de piedra caliza muy porosa) también a base de parmesano, un pequeño tarro con un caldo de setas y una especie de picatoste plano encima sobre el que rallaron un poco de la trufa de antes, y un pequeño trozo de papada ensartado por una pipeta con una salsa de setas.
 Todo estaba muy bueno y me gustó pero como mi vena artística se esclerosó (o taponó para el común de los mortales) hace ya mucho tiempo, personalmente me sobraba toda la parafernalia previa, tanto el relato histórico como el emplatado diría que casi circense; pero a mi pareja que es mucho más sensible que yo, le maravilló esa original y laboriosa presentación de los platos que habíamos iniciado con la rosa (si no fue ya con el cóctel de nada) y atendía fascinada a las explicaciones de los camareros. Por eso advertía al inicio del efecto spoiler de esta crónica, ya que aunque no afecte a los que son como yo que, cuando van a comer comen y no se fijan demasiado en lo accesorio ni en lo estético, si puede arruinar completamente la velada a los que aprecien esos aspectos de la experiencia, a los que puede llegar a ilusionar y hacerles vivir como en un cuento de hadas, y no estoy exagerando puesto que es como posteriormente lo calificaba y explicaba mi querida compañera. Diría que es algo similar a los fuegos artificiales, que hay a los que encandila y a los que simplemente les parecen petardos que suben muy alto, cuestión de sensibilidad.

 El siguiente plato volvía a tener su componente visual divertido pero mucho menos sofisticado que los ya vistos anteriormente, se trataba del latón a la cerveza al estilo cantonés. Nos dijeron que el latón es una raza de cerdo autóctona de la zona y jugando con su nombre lo presentaban encima de una lata de cerveza, se suponía que la misma con la que lo habían cocinado. El estilo cantonés se lo daba el panecillo hecho con especias orientales y la cebolla cruda le aportaba un conveniente toque crujiente.

 Tras retirar las latas de la mesa nos trajeron un puchero de barro de los de antes, en el que tras destaparlo se reveló el arroz con berros, guisantes, habitas, espárragos trigueros, setas y unos puntos de un muy buen alioli. La presentación volvía a ser epatante (que dirían los francófilos) puesto que la capa de arroz no sobrepasaría por mucho (si es que lo hacía) el centímetro de grosor a pesar de que, aunque no se aprecie del todo en la imagen, la cazuela medía casi un palmo de altura, dando la impresión inicial de poder dar de comer a un regimiento. Muy buen arroz, en buen punto aunque no lo parezca en la foto, y con muy buenos aportes de los vegetales y del alioli.

 El siguiente plato volvía a contar con un componente de juego con la comida (play-food que se llama ahora) y venía servido en dos partes. Primero nos trajeron a la mesa esta roca con un hueco en el interior rellenado por tierra en la que habían crecido (no estaban simplemente clavadas allí) esas hojas verdes que se pueden ver en la foto. Inicialmente pensamos que eran hojas de lechuga pero luego nos explicaron que eran unas hojas de nabo, como una especie de grelos baby.

 Luego nos sirvieron un plato sopero con una fina crema de ajoarriero de gran sabor con unos crostones de pan, unas láminas crujientes de ajo frito, unos piñones y unas hojas de espinaca salteadas, y a las que nosotros debíamos añadir los grelos tras cortarlos de su soporte orgánico con la ayuda de unas tijeras que nos trajeron a tal efecto. Las hojas de nabo aportaban un matiz amargo que contrastaba con la suavidad de la crema y la enriquecía aún más.

 Con esto dimos por terminados los entrantes y esperamos la llegada de los principales. Yo pensé que, dado donde estábamos, me decantaría por lo más típico de la zona, que no es sino el ternasco de Aragón, aunque en la carta no aparecía así si no como cordero, no sé si porque no era lo suficientemente joven o porque no era de las razas ovinas autóctonas protegidas por la IGP, ¡igual hasta comí cordero neozelandés y con mi sofisticado paladar ni me enteré! No estaba nada mal de gusto aunque la pieza que me tocó presentó algunas dificultades para su ingesta y es que tenía su ración de huesecillos y cartílagos. La ración era un pedazo de forma cúbica de cordero al horno con unas setas y ajetes conservados en escabeche, una pequeña patata asada y un poco de escarola con granada que hacían de variada guarnición. Tal vez fue el plato más normal de la comida, y aunque como ya he dicho no soy un gran entusiasta de las florituras, se ve que a esas alturas ya me había acostumbrado y hasta las echaba de menos, rarito que es uno.

 Suerte que la elección de mi pareja compensó con creces mi inesperadas ansías de presenciar emplatados espectaculares, ya que de esta guisa le sirvieron su rodaballo frito. Para empezar en lugar de plato el camarero dispuso sobre el mantel una especie de hoja como de PVC (poco rígida sea dicho de paso, dificultando el trabajo del pobre hombre) sobre la que dispuso la carcasa frita del rodaballo desprovista de su carne, que a su vez venía en trozos rebozados dispuestos encima de la carcasa. Además simulando un coral había un alga con rebozado rojizo y luego sirvieron en los laterales del "plato" los anunciados "paisaje marino y contrastes orientales", y que se trataban de un polvo de sésamo negro, unas hojas de algas cocidas, unos toques de guacamole y unos montoncitos de camarones fritos y que nos anunciaron como krill. Una vez más eran fuegos artificiales que presentaban de forma grandilocuente un plato de pescado rebozado, que estaba bueno, eso sí, pero lo más importante es que dejó encantada a mi compañera, que seguía flotando en su cuento de hadas.

 Aunque el ritmo de entrega de los platos no era extremadamente lento, sí que era bastante pausado debido a toda la parafernalia que éstos incorporaban y que cada vez obligaba a los camareros a vaciar la mesa de los trastos del plato anterior y volverla a llenar con los artefactos de la nueva entrega, por lo que a esas alturas ya llevábamos dos horas y media en el restaurante y a pesar de la nube en la que nos hallábamos placenteramente situados, ya empezábamos a tener ganas de salir de allí.
 Los postres que elegimos fueron esta tabla (literal y de casi un metro de largo) de quesos del Pirineo, de la que lamento reconocer que no recuerdo que variedades la componían, acompañada de unas rebanadas de buen pan de cereales tostado y de unos tarros con miel, nueces y jalea real. Como no podía ser de otra manera con lo queseros que somos nos gustó mucho, aunque la potencia de alguno de los quesos no hacían esta tabla apta para todos los públicos.

 El otro postre que probamos fue la torrija de pan de pueblo con helado cremoso y frutos rojos regada con una salsa de chocolate caliente, en un muy buen postre de aspecto y formato clásicos.

 Pedimos los cafés con hielo habituales y tras su servicio nos dejaron en la mesa una maleta como una especie de deseo de buen viaje dado que se acercaba la hora de partir. Al abrirla dentro hallamos un porrón con moscatel, que no es lo mío, y un cazo con un par de buñuelos de chocolate de interior líquido que nos hicieron las veces de petit-fours, un brillante colofón a una gran comida trufada de sorpresas, guiños y efectos espectaculares.

 Tras este último fuego de artificio nos trajeron la cuenta que refleja los dos menús, las cuatro copas de vino al precio unitario de 3 euros y los dos cafés, pero no la botella de agua, no sé si por olvido o por tener un detalle, completando una suma algo por encima de los 40 euros por persona. Como se puede observar es de esos sitios que aún presentan los precios sin IVA y luego los añaden al final, pero que se le va a hacer. A destacar el trabajo de los camareros (creo que nos llegaron a atender cuatro o cinco personas distintas) que llevan con admirable estoicismo la sobrecarga de trabajo a la que les obliga la fecunda mente del chef (supongo) y su inagotable fuente de ideas felices a la hora de presentar los platos a los comensales. Salvo algún pequeño detalle más debido a la falta de dotes de actor de alguno de los camareros en la interpretación de la historia que precedía a alguno de los platos, y que se ve evidente y enormemente agravada por el hecho de tener que repetir el mismo relato quince o veinte veces (una por mesa) en una hora, ya que más o menos todos empezamos a comer al mismo tiempo, nos sentimos muy bien atendidos aunque eso sí, no se puede esperar aquí el trato de un restaurante estrellado.

 Así pues se trata de un buen restaurante en una zona muy lejana a nuestra habitual "zona de caza", total y completamente diferente al resto de la competencia de la zona (mucho más basada en una oferta tradicional) y que supone una buena y no demasiado onerosa forma de iniciarse en la alta cocina a los no muy versados en ese tema. Evidentemente si uno ha catado los platos que aquí "homenajean" (voy a ser generoso) en sus emplazamientos originales este restaurante le parecerá una copia mala, barata o las dos cosas, por lo que les aconsejo no acercarse por aquí, o mejor, sí acercarse porque la población de Aínsa es preciosa y las vistas de los cercanos Pirineos es de las de contener el aliento, y luego ya lo de comer pues ya se verá.


El Callizo
https://es-es.facebook.com/pages/Restaurante-Callizo-Ainsa/117840586351
(no tienen web, sólo perfil en Facebook)
Plaza Mayor s/n
22330 Aínsa
974 50 03 85 (recomendable reservar)

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 Y por una vez y sin que sirva de precedente pondré alguna foto de nuestro recorrido por el pre-pirineo aragonés.

 Vista desde las murallas del castillo y plano de la zona.

 Y desde el mismo lugar girando la vista a la derecha se ve el río Ara y al fondo el embalse de Mediano.

  Vista de la plaza Mayor y sus porches.

 Vista general de la plaza.

 Esta no es exactamente la vista de la que se puede disfrutar desde la sala del restaurante pero no es que sea muy diferente, con la Peña Montañesa como protagonista principal.

 La iglesia de Aínsa desde la plaza Mayor.

  Vista de la nave de la iglesia.

 Y dos vistas del curioso y coqueto claustro.

 Todo el pueblo está empedrado de la misma manera que este suelo.

 Y otro par de imágenes de la diminuta cripta.

 Se puede acceder a la cripta por sendas escaleras a los lados de la nave.

  Vista la fachada principal de la iglesia.

 Vista desde las murallas del río Cinca que corre a los pies de la población, al que un poco más abajo se le une el río Ara por la derecha según está la imagen, y que son retenidos en el embalse de Mediano que se puede apreciar al fondo.

 La plaza de San Salvador donde confluyen las dos calles que bajan desde la plaza Mayor. Por la de la derecha se llega a la iglesia.

jueves, 5 de junio de 2014

De Tapes per Barcelona 8 (2014)


  Una vez más nos cogió por sorpresa el inicio de la nueva edición (ya van por la octava) de la ruta de tapas por Barcelona, pero aun así me dio tiempo a ir el primero de los once días que duraba el evento a buscar el preceptivo mapa, para revisar y preparar nuestros periplos de días venideros. La participación ha aumentado hasta los 104 locales, agrupados por zonas para que sea algo más fácil su ubicación en el plano y su localización en el listado.
 Para ello me acerqué al bar participante más cercano a mi casa y el único situado en la Barceloneta, un veterano de estos concursos como es el Can Ganassa, y que como siempre presentaban una tapa sencilla y bastante clásica, esta vez se trataba de un timbal de escalibada con queso de cabra, en una combinación resultona que en mi caso se hubiera beneficiado si el queso hubiera estado algo menos frío, pero la verdad es que diría que la mía fue la primera tapa que sirvieron y los pillé un poco en fase de preparación.

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 Al día siguiente ya quedamos para probar las sugerencias de la ruta de este año, aunque únicamente pudimos hacerlo tres de los componentes del cuarteto de amigos que habitualmente realizamos este periplo por los bares de nuestra ciudad. Empezamos en La Cala del Vermut 2 con su montadito de salmón con queso fresco, tomate seco y alcaparras, bastante bueno.

 En el cercano H3 servían un pincho de chistorra, bacon, huevo de codorniz, tomate cherry, cebolla y una salsa agridulce picante, muy sabrosa.

 Cruzamos la Via Laietana para acudir al Alsur Café (Palau), enfrente del Palau de la Música, donde nos pusieron un pequeño montadito con rúcula, parmesano, gambas y bacon, que estaba muy bueno pero supo a poco por su reducido tamaño.

 Bajando por la Via Laietana llegamos a El Reloj donde más que una tapa parecía un plato combinado, ya que al anunciado montadito de solomillo ibérico con queso de cabra y salsa de vino tinto le acompañaba una guarnición de vegetales variados tales como calabacín y berenjena.

 En la plaza de la catedral está La Taverna del Bisbe, ganadora de la edición del año pasado con un tataki de atún, y que este año ha dado un pasito atrás con esta mini-hamburguesa con cebolla y queso de cabra.

 El más que cercano Cafè d'en Victor se apuntó al fervor independentista de estos tiempos que vivimos con una tapa que visualmente mostraba una senyera estelada hecha con salsas y sobre las que reposaba un pincho de rape, choricito y pimientos rojo y amarillo, hincadas sobre unas estrellas que más que de pan parecían de galleta, por lo dulces que eran. En este local siempre se curran las tapas un montón e intentan darles un toque imaginativo aunque, como les ha sucedido esta vez, sólo sea a nivel visual.

 Dando la vuelta a la manzana llegamos a La Gloria, donde se les ocurrió preparar lo que llamaron bomba de huevo, y que era medio huevo duro relleno con carne y cubierto con bechamel y virutas de jamón. Me gustó la idea pero la ejecución no fue del todo lograda.

 Bajando por la calle Argenteria llegamos hasta el Xador, donde unos camareros de lo más amable que hemos encontrado últimamente por estos lares nos sirvieron estos montaditos de tortilla de calabacín con pimiento verde y bacalao, que nos gustaron bastante.

 Y el fin de esta primera jornada recorriendo los bares de Barcelona lo pusimos en el Portal de Santa Maria 4, justo delante de la catedral del mar, en el que su tapa eran unas estupendas láminas de salmón marinado con salsa de mango coronadas con caviar (¿?) y germinados.

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 El sábado teníamos un compromiso pero aprovechando que el lunes era festivo en Barcelona, continuamos el domingo con nuestra singladura degustando tapas y empezamos esa jornada en el Bar Navia, enfrente de la estación de Francia, con su tartaleta fría de merluza, con una especie de ensaladilla muy rica y una base crujiente. Un gran principio para ese día de tapas.

 En la calle Princesa se halla otro de los locales habituales de estas rutas, al que curiosamente no habíamos ido nunca, unas veces por su culpa y otras por la nuestra supongo, el Cal Brut, y que en esta ocasión presentaban al concurso una croqueta de brandada de bacalao salseada con una mermelada de pimiento que le aportaba un contraste dulce-salado innecesario para mi gusto, pero es que yo soy un fanático del bacalao, y poco amante de esas combinaciones.

 Subiendo esa misma calle y poco antes de llegar a la Via Laietana se encuentra el Nervión, donde un personal algo atribulado nos sirvió una mini-hamburguesa con queso, cebolla y alioli, y con una agradecida guarnición de patatas fritas tipo chips.

 Dirigimos nuestros pasos hacia el Raval y por el camino paramos en el Venus de la calle Avinyó (que por cierto ¡quién la ha visto y quién la ve!, si no parece ni la misma), que desde que participa en esta ruta presenta tapas con gran nivel y en esta ocasión no fue menos, con este sabroso puré de patata con cebolla coronado por un poco de caballa. Nos gustó mucho y como siempre aquí, nos sentimos muy bien atendidos.

 Ya cerca de las Ramblas encontramos La Rumbeta, un bar que no conocíamos y que parece de reciente factura, al menos en su estado actual, donde combinaron acertadamente la ensaladilla rusa con el carpaccio de bacalao, con la olivada como toque final.

 En el bar situado en los bajos de la Filmoteca y que lleva por nombre La Monroe, un agobiado pero amable personal nos sirvió una especie de bocadillo de frankfurt con pan de pita, espinacas y crema de mostaza. Nos gustó tanto que lamentamos que la ración no fuera mayor.

 Justo enfrente se encontraba nuestra siguiente parada, el Candela Raval y su pincho de butifarra y ceps con salsa de chalota. No estuvo mal pero no emocionó.

 Tras un intento infructuoso en la Taverna del Suculent subimos por la Rambla del Raval hasta el 1800, un local con personal mitad oriental y mitad magrebí donde nos pusieron cuatro trozos de choco rebozado con un poco de ensalada, y lastimosamente creo que puedo asegurar que debe ser el peor choco que he comido en mi vida.

 Al menos justo al lado se encuentra el Barraval, un clásico de estos certámenes que suele presentar tapas de bastante nivel, y en esta ocasión no fue menos con esta codorniz al corral, donde sobre una rebanada de pan venía un muslo de codorniz con confitura de pera, salsa agridulce y patatas paja. Nos gustó y además nos sorprendió la utilización de ese tipo de carne, que diría que jamás habíamos visto en las diferentes rutas de tapas que hemos hecho, y eso que ya llevamos unas cuantas.

 Se hacía ya tarde y era el momento de buscar donde poner el colofón a la etapa de ese día, y lamentándolo mucho, puesto que siempre nos han gustado mucho sus tapas, descartamos acercarnos al Sésamo por no alejarnos mucho de nuestro destino final, y optamos por descubrir La Rioja, en lo que debe ser una especie de casa regional, y en la que ofrecían una especie de patatas a la riojana versionadas en formato tapa, con una presentación en forma de timbal de la clásica combinación de patata y cebolla rehogadas con chorizo y rematada por un huevo frito de codorniz. Nos gustó mucho y nos encantó también el trato familiar del que fuimos objeto.

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El martes siguiente aprovechamos que estábamos por Poble Nou para acudir al Esperit del Vi, un bar de vinos situado al girar la esquina que preside el célebre Tio Che, donde tras una espera más que considerable nos sirvieron estos montaditos de butifarra al cava con piña, en una combinación que, debido a mi poco aprecio a esa fruta, no me esperaba que estuviera tan rico, con mención especial a la salsa, estupenda.

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 Y dado que el fin de semana nos íbamos fuera de la ciudad y no podríamos seguir con nuestro sabroso recorrido por los bares de Barcelona decidimos hacer un aperitivo previo a la cena con las tapas de la zona del Port Olímpic. No llegamos a tiempo de probar la propuesta de la Bodeguita Hijos de Lorenza que tenía buena pinta, así que nos dirigimos al Casino de Barcelona, donde tras pasar el engorrosos de identificarse y registrarse, bajamos al elegante bar del subterráneo a catar su pincho de hamburguesa con cebolla caramelizada sobre tosta de pan con crujiente de parmesano, conjunto acertadamente regado por una más que interesante salsa de carne. Muy rico, sobre todo para ser una hamburguesa.

 La última tapa que probamos en esta edición fue la del Barnabier, otro participante clásico en estos eventos, aunque a lo largo de los años han tenido sus luces y sus sombras. En esta ocasión nos gustó su brocheta de sepia y gambas sobre puré de patata, aunque sin entusiasmar.


 Al final pude probar 23 de las propuestas de esta edición de la ya veterana ruta de tapas de Barcelona, con un nivel más que aceptable en la mayoría de casos (y muy mejorado sobre alguna edición anterior de infausto recuerdo), con un gran número de locales participantes, como corresponde, que daban mucha penilla aquellas ediciones con poco más de 40 participantes en toda la ciudad, lo que supongo que habla del éxito de la propuesta o del buen hacer de los organizadores, no sabría decir. A nosotros nos encantan este tipo de eventos y nos lanzamos a participar en ellos con ardor casi juvenil a pesar de que ya hace alguna década que otra que se nos debió pasar, por lo que ya puedo asegurar que estamos esperando la próxima cita con impaciencia.