sábado, 31 de octubre de 2015

Monegros de tapas 2015


 De nuevo acudimos a la comarca de los Monegros a visitar a la familia por Todos los Santos, y como desde hace ya 8 años nos encontramos con la agradable sorpresa de la celebración de su ruta de tapas, En esta ocasión formamos un grupo de seis personas que pasamos la tarde-noche del sábado recorriendo los bares de Sariñena, aunque no todos, ya que al final sólo estuvimos en 6 de los 11 locales de la población, de un total de 17 participantes en la ruta. Como en otras ocasiones, una de las gracias que le encontramos a esta ruta de tapas comparándola con las de por aquí, es que no hay que luchar alternativas a la cerveza sino que son absolutamente normales, ya que se puede pedir una copa de vino (blanco, rosado o tinto), agua o incluso algún refresco sin coste adicional.
 El primer sitio en el que paramos fue el Hotel Restaurante Sariñena, tal vez el local con más nivel de los que hemos estado en el global de las ediciones anteriores, en dura pugna con el Monegros. La primera tapa que probamos, y que a posteriori no sería por donde empezaría si tuviera que repetir la experiencia, fue un guiso de ternasco de Aragón con verduras ecológicas y emulsión de pimiento del piquillo, presentado como si fuera un corte de helado y que estaba realmente bueno.

 La otra tapa era un ravioli de papada rellena de setas y foie con salsa de berenjena, que también me gustó mucho, pero es que como ya he dicho, el nivel de la cocina de este sitio es muy alto.

 Bajando por la avenida de Fraga llegamos a otro de los restaurantes que más nos habían gustado en ediciones anteriores, el Monegros, donde este año servían una caballa con espuma de escabeche, migas de jamón ibérico y nueces. El trocito de caballa era poco más que testimonial y la salsa no estaba nada mal pero lo que no nos acabó de convencer fue el trozo de pan que hacía de base.

 Su otra tapa era un risotto de yogur con crujientes de ternasco y crema de queso, donde enseñaron algo más de lo que es capaz su cocina, aunque sin pasarse.

 En la puerta de al lado está el Alcanadre, donde nos sirvieron su berenjena con queso brie y vinagre balsámico de chocolate, presentado en forma de una especie de milhojas, que no estuvo mal pero que hubiera ganado algunos puntos de haber cocinado más la berenjena.

 La otra tapa de este restaurante era un canelón de longaniza y setas con confitura de boletus y trufa, que nos gustó bastante.

 Tras un corto paseo calle abajo llegamos al oscuro local de la Abadía de los Templarios que hizo más que obligatorio el uso del flash. Vale que era la época de Halloween y que tenían el local decorado a tal efecto pero algo más de luz no haría daño. Como siempre presentaron sus tapas con crípticos nombres que no daban ni una pista sobre su composición ni elaboración, en este caso las titularon Manolito y Abadía. La primera de las dos (no sé cuál) era un rollito de calabacín relleno de queso y jamón cocido y rebozado como en tempura, que no estaba mal pero su simplicidad contrastaba con el alto nivel medio del resto de tapas.

 La otra tapa, visualmente muy similar, era un croissant relleno de queso de cabra, boletus y anchoa y rebozado en la misma masa que el anterior y que convenció menos.

 Justo al lado y con una iluminación parecida está el Café Alea Dublín. La primera tapa que pudimos degustar aquí fue su chupito de queso de cabra, frutos secos y tomate, en una combinación muy rica y decorada con una oliva y un palito de pan.

 Su otra tapa fue la piadina en salsa, que nos gustó bastante menos, de hecho no gustó casi nada y algunos de mis acompañantes no llegaron a terminársela.

 Como ya estábamos algo llenos y aún más cansados, decidimos poner el punto final como siempre en el cafetín de la pastelería Trallero, más que nada porque alguna de sus tapas siempre es dulce haciendo gala de la especialidad de la casa. Su tapa salada era este huevo poché con salsa de foie al Pedro Ximénez, al que algún purista (¡yo no!) le podría achacar el defecto de un huevo demasiado hecho, y al que hasta los menos sibaritas le encontramos un exceso de vino dulce, que enmascaraba en parte el sabor del foie. Aun así me gustó bastante.

 La tapa dulce, que no probé por una personal incompatibilidad de carácter, fue una versión del clásico postre estival del melocotón con vino que gustó a quien lo tomó.

 Y con eso dimos por terminado nuestro periplo por la capital de la comarca y nos volvimos a nuestro pueblo a tomar los cafés y lo que hiciera falta.