viernes, 26 de diciembre de 2014

Flor (Huesca) (2014)


 Esta será una entrada atípica a lo acostumbrado en este blog, sobre todo porque la ubicación del restaurante está bastante alejada de Barcelona, el territorio por el que nos movemos habitualmente, y porque de hecho su aparición aquí vino motivada por la conversación que manteníamos en la mesa, ya mediada la cena, y es por ello que sólo hay fotos de los segundos platos y de los postres.
 Empecemos con un poco de contexto. Estábamos celebrando estas pasadas fiestas navideñas en el pueblo oscense del que es originaria mi madre, compartiéndolas con la familia, cuando a los que vivimos en Cataluña (con algún añadido) nos dio por irnos a cenar a la capital provincial, no sé si como una manera tan buena como cualquier otra de guardar la fiesta de Sant Esteve. Tras un breve paseo por las calles de Huesca, en una noche fría y desapacible como pocas, y en la que los ciudadanos locales deberían pensar que éramos poco menos que unos guiris despistados, encontramos algo de refugio bajo los céntricos porches de Galicia y nos detuvimos delante del restaurante Flor, mirando el menú que tenían expuesto en la entrada, que ofertaba un primer plato, un segundo, el postre, pan, vino y agua por 22 euros, y que, viniendo de Barcelona y sus nada ajustados precios, nos pareció poco menos que una ganga. Como ya era una de las opciones que se habían barajado previamente y ya que estábamos allí delante optamos por entrar a ver si tenían una mesa para nosotros.

 Es evidente por la mera existencia de este texto, que la respuesta fue afirmativa, aunque como la hora era aún algo temprana y nuestro grupo algo numeroso, nos pidieron que esperáramos unos minutos mientras acaban de prepararnos la mesa. Ajenos a las inclemencias meteorológicas y haciendo gala de una falta de criterio importante, rechazamos la posibilidad de matar el rato en la barra con una cervecita o un vinito, y en cambio decidimos volver al, en esa noche invernal de verdad, inhóspito exterior y darnos una vueltecita por los alrededores en la que, por otra parte, descubrimos un par de sitios a los que se les podría dar una oportunidad en la próxima ocasión que se nos ocurra volver a ir a cenar a Huesca.
 El restaurante Flor es uno de los restaurantes más antiguos y conocidos de Huesca, y como ya he comentado está en pleno centro de la ciudad en una calle con porches que une el Coso con la plaza Navarra, en la que se encuentran la mítica granja Anita y el estrellado restaurante Lillas Pastia, con el que el Flor tiene estrechos vínculos según nos comentó nuestro solícito camarero, y que luego he visto por internet que consiste en que el chef titular de aquél, Carmelo Bosque, es copropietario de éste que nos ocupa.
 Una vez sentados a la mesa nos trajeron las cartas con los menús en los que la primera página era, contrariamente a lo normal, la de los postres, y en la que avisaban que al ser elaborados en la casa al momento, debíamos realizar su elección al principio de la cena, junto con los primeros y segundos platos, lo cual hicimos.
 De los primeros platos que elegimos como ya he comentado no hay fotos, puesto que en un principio no había pensado escribir sobre esa cena, tanto por estar lejos de casa y de nuestra zona, como por tratarse de un menú que supongo que va cambiando según el día, con lo que la información a guardar no sería ni muy útil ni demasiado relevante. Pero durante la cena salió el tema de la existencia de este blog, y con el oportuno empujón del resto de la mesa y la ayuda de la cámara del móvil de Ana, se empezó a gestar esta humilde entrada, que sólo (je,je) un par de meses después ya da sus frutos (aprovecho para pedir perdón por la tardanza en redactar esto al resto de comensales que ya casi ni se acordarán de la cena ni de mi promesa de escribir esta reseña).
 De las cinco propuestas que teníamos para empezar desdeñamos dos de ellas, casi seguro que alegre e injustamente, ya que ninguno de nosotros eligió la crema de calabaza con papada rustida y aceite de hongos, que seguramente era lo que más convenía a una noche tan desapacible como aquella (no sé si ya he comentado que hacía un frío de esos que el grajo vuela bajo), ni tampoco la ensalada con presa marinada, trigo y manzana, en una decisión bastante más justificable por el mismo motivo.
 La verdad es que repartimos bastante equitativamente las otras tres opciones, ya que éramos siete comensales y pedimos al menos dos de cada una de ellas. Yo descarté rápidamente el pastel de bacalao y pulpo con tartar de tomate y aceitunas puesto que no soy muy amigo de ese tipo de elaboraciones (aunque a quién lo tomo le gustó bastante), sólo para caer en las brasas del gratinado de berenjenas con espárragos y salmón ahumado, que yo esperaba en trozos reconocibles de los citados ingredientes bajo una capa de bechamel y/o queso gratinada, y en cambio venía en una porción de una especie de pudin o pastel que, eso sí, no estaba mal aunque la textura no fuera de mi agrado, algo muy personal, claro. Pude probar la torta crujiente de queso de cabra y cebolla confitada, y para mi gusto fue el mejor de los entrantes, en una combinación muy resultona, con una crujiente base como de hojaldre rellena con la mezcla del queso y la cebolla, resultando en un muy buen plato.
 Los segundos platos venían en el menú divididos entre pescado o carne, con cuatro opciones de cada tipo y de las cuales pedimos todas las carnes y un solo pescado, supongo que cosas de estar tierra adentro, ya que diría que como norma general solemos ser más de pescado. Como únicamente probé dos de ellos no diré gran cosa de los demás, sólo que sus "degustadores" (¿existe ese palabro?) se mostraron bastante satisfechos en general aunque se lamentó la parquedad y simplicidad de las presentaciones servidas, en contraste con los primeros que fueron más vistosos, y eso que aún no habíamos visto los postres, pero que luego contribuyeron a reforzar la impresión de que, al menos visualmente, los segundos fueron el patito feo de nuestra cena.
 Empezamos con el magret de pato asado con jugo de Oporto. Me pilló al otro lado de la mesa y casi ni lo vi en directo.

 Con una vajilla algo más original, pero poco más, llegó a la mesa el conejo guisado a nuestro estilo con pacharán y setas.

 Tres fuimos los que pedimos el entrecot de buey a la parrilla con salsa de pimienta verde, un plato poco dado a la creatividad ni al impacto visual en su presentación pero que nos sirvieron así de simplón, con cuatro patatas fritas y un trozo de pimiento, frío por más señas. Al menos la carne estaba bien de sabor aunque podría haber llegado con algo más de temperatura.

 La falta de temperatura fue alarmante en el solomillo de Duroc en medallones con salsa de setas, que estaba más templado que caliente cuando llegó y evidentemente se enfrió paulatina y lastimosamente. Servido con otra pobre guarnición desmereció una por otra estupenda carne de esa raza de cerdo que está tan de moda últimamente.

 El único pescado que se cató en nuestra mesa fue este salmón grillé con salsa de sidra, que tampoco pude ver demasiado bien en su momento, y que compruebo ahora que volvía a ser acompañado por el a estas alturas ya cansino pegote de puré de patata, ¡y yo que me quejaba de mis patatas fritas!

 Dado al largo tiempo transcurrido desde ese día y a que no hicimos foto al menú que nos presentaron sino sólo al que estaba en la entrada del restaurante, no recuerdo gran cosa de la composición de los postres, ni siquiera del que tomé yo, y que fue esta sopa de pera con lo que parece una bola de helado del que no recuerdo el sabor, unas guindas, otros tropezones que no sé qué son y coronado por un aparente crujiente de azúcar.

 Este diría que era una tarta de manzana con helado de vainilla supongo, en una combinación bastante clásica y servida en una composición muy vistosa.

 Este parece un brownie o un coulant con ese helado de color naranja encima que indica algún sabor cítrico (mandarina, naranja o tal vez maracuyá) con frutos rojos y algunos elementos crujientes de guarnición.

 Y este parece una mousse de algo con más helado encima, pero ahora sí que me rindo y ya no intento ni adivinar los posibles sabores. Como se habrá podido observar no tiene nada que ver la presentación de los postres con la simple que no sencilla anteriormente criticada de los platos principales, tanto que casi no parece posible que hayan salido de la misma cocina. Hasta la vajilla empleada tiene algo más de gracia, claro que no era muy difícil.

 Para beber tomamos agua y el vino que venía incluido en el menú, un tinto joven de la bodega Olvena de la DO Somontano, haciendo patria (la de allí claro), que cumplió más que sobradamente y que hasta nos pareció demasiado bueno para un menú de este tipo a 22 euros un viernes por la noche.
 No me queda más que recomendar este restaurante si estáis por la zona, o al menos este menú a un precio bastante competitivo sobre todo para una noche de fin de semana, ya que nos gustó todo lo que comimos y ya habéis leído que la principal queja era respecto a la presentación de algunos platos, y casi más por la comparación con el resto, ya que si todos los platos hubieran sido igual tal vez no lo hubiéramos notado o no le habríamos prestado mayor atención. 
 Como siempre lo mejor fue disfrutar de una agradable velada con la familia, aunque en esta ocasión no fue en casa de alguno de nosotros, como es lo habitual, pero en las fechas que estábamos casi nos vino bien y hasta se agradeció el cambio de ambiente. Ahora sólo falta ver cuando repetimos algo parecido, ya sea de nuevo en Huesca con motivo de alguna festividad o bien en Barcelona aprovechando que el Besòs pasa por Sant Adrià.


Restaurante Flor
http://restauranteflor.es/
C/ Porches de Galicia 4
22002 Huesca
974 24 04 02