En algunos de los blogs sobre restaurantes que sigo, había leído maravillas sobre este restaurante situado por encima de la estación del Norte, en una tranquila calle semipeatonal y con una agradable terraza, cosa muy a tener en cuenta en esta época que nos toca vivir.
Sufrimos un par de reveses al intentar ir a cenar sin la casi obligatoria reserva, pero eso nos permitió comprobar la excelente salud de la restauración en esa zona de la ciudad, con mucho local sencillo pero competente, los clásicos chino de barrio, pizzería de barrio, japo de barrio, etc. Tal vez sean sitios sin mucho glamour ni de una excepcionalidad culinaria que merezca resaltar, pero seguro que permiten a los habitantes del barrio salir a comer y cenar fuera de casa con una oferta variada y sólida, y a precios adecuados, algo a lo que los oriundos de barrios tomados desde hace años por la oferta encarada al turismo, estamos cada vez menos acostumbrados, con lo que casi nos parece exótico.
Por fin una noche logramos encontrar un hueco para dos y, dado lo tardío de la hora, sospecho que fue gracias a que una cena temprana de los anteriores comensales, permitió al restaurante doblar turno y a nosotros darnos una alegría.
En la puerta del local hay una pizarra enorme con la carta, en la que van borrando opciones a medida que se quedan sin existencias, y que ya permiten hacer un triaje previo, antes incluso de sentarse en la mesa. Algunos platos se pueden ya calificar como clásicos de la casa, porque suelen estar siempre, y hay otros que van cambiando, según temporada o disponibilidad de la materia prima, supongo.
Para empezar pedimos un par de copas de vino, la garnacha blanca de la Terra Alta para mí, y para mi pareja la de Pizzicato, un rosado con un pelín de aguja, de la bodega Mas Comtal, sin DO y hecho con uvas de la variedad muscato de Hamburgo, y que hizo las delicias de la afortunada. Nosotros no somos grandes entendidos, ni siquiera buenos aficionados del mundo del vino, pero parece ser que aquí tienen amplios conocimientos sobre el tema, y suelen tener mucha variedad, aunque creo que pecan de tirar hacia los vinos llamados naturales, lo cual no es problema para nosotros.
Empezamos con la ensaladilla de pollo a l'ast con chicharrones de su piel, un platillo que se queda corto de lo fabuloso que es, tanto que diría que ya es uno de sus clásicos que mencionaba antes. La ensaladilla en sí está muy bien, pero los chicharrones son un vicio y le dan un contrapunto crujiente que también aportan los picos de pan y los pepinillos encurtidos. ¡Espectacular!
Seguimos con las patatas bravas, a destacar una muy buena patata y muy bien frita (aunque casi da pena tener que destacar esto, pero se ven y se prueban por ahí unas cosas...), aunque para mi gusto les faltaba algo de punch a las salsas, la roja era un estupendo sofrito de tomate con cebolla a la que le faltaba algo de picante para ser excelsa, y la blanca era una especie de espuma de mayonesa, tan ligera que podría calificarse de etérea.
Continuamos nuestro tapeo con los buñuelos de bacalao, de nuevo espectaculares, con mucho bacalao, que se apreciaba a simple vista al abrir los buñuelos, seguramente los mejores buñuelos de bacalao que he probado nunca fuera de casa. En este caso sí que picaba un poco el punto de salsa roja que llevaba encima y la blanca diría que era la misma de las patatas.
Hizo su aparición entonces un plato con más enjundia, el calamar de playa y salsa "bagna cauda" con acelgas de su huerto y polvo de algas, en la que todos sus componentes se apreciaban de buena calidad, pero tal vez fue el plato que menos nos gustó de toda la cena. No es que estuviese mal, sino que no nos atrapó tanto como el resto.
Se me había acabado el vino y pedí a nuestra camarera una copa de otro blanco diferente de los que ya habíamos probado, y me llegó este Blanc del Celler 9+, un vino natural sin sulfitos, principalmente hecho con xarel·lo y que resultó de lo más agradable.
Para cerrar la parte salada de la cena elegimos los mejillones con jengibre y tapioca, otro muy buen plato con un caldo en el fondo de lo más interesante, con los mencionados secundarios del molusco tomando protagonismo.
Como postre pedimos un cannolo siciliano cada uno, una especialidad italiana mitificada por series y películas, que no había probado nunca y que no me acabó de "hacer el peso", demasiado dulce para mí, aunque mi pareja disfrutó de lo lindo con el suyo.
La cuenta subió poco más de 30€ por persona, incluyendo, aparte de las tres copas de vino, dos aguas y dos cafés con hielo, lo que nos pareció más que razonable tras una cena de la que disfrutamos mucho, sobre todo con lo que comimos, pero también por lo estupendamente atendidos que estuvimos en todo momento, con un personal muy amable y solicito, que nos ayudó a la hora de hacer la comanda y en el momento de elegir los vinos, logrando un acierto completo en sus recomendaciones. Seguro que volveremos, y no a mucho tardar, aunque con nuestra habitual reticencia a reservar, ¡necesitaremos algo de suerte y/o paciencia!
Contracorrent
Carrer de Ribes, 35, local 13-14
08013 Barcelona
930 18 43 10 / 603 18 95 92 (prácticamente obligatorio
reservar en noches de fin de semana)
M-X: 18-23h; J-S: 13-16.30 y 19-23 h; y D: 12.30-17.30